“Por tu culpa me ensucié las botas”, la frase se la escupió un militar a Keyla Brito. La mujer, ama de casa y pastora evangélica, estaba en posición fetal sobre el piso del Destacamento 47 de la Guardia Nacional en Barquisimeto. Ella no hablaba, se le habían escapado las palabras. La melena de Keyla era larga, le llegaba hasta la cintura, así que el guardia no tuvo una mejor idea que pulirse los zapatos en ella. Eso fue lo último que hicieron antes de cortársela con tijeras escolares. Las hebras quedaron por encima de los hombros. Han transcurrido casi tres años desde el episodio y Keyla sigue sin dejarse crecer el pelo.
Mesa de la Unidad a la deriva en decisiones políticas
Su historia aparece en el libro Perdigones en la cédula, que recoge los testimonios de 24 víctimas de represión estatal del estado Lara, desde 2013 hasta 2016, y con el cual la asociación civil Funpaz se propone luchar contra el olvido y, con más suerte, que haya justicia.
Keyla se convirtió en víctima del estado el 12 de marzo de 2014. La ama de casa y su hija Carkelys Álvarez Brito —menor de edad en esa fecha— estaban en el lugar y momento equivocado. Su intención era ir hasta el Farmatodo del Centro Comercial Sambil. Escucharon que a la tienda había llegado polvo compacto. El plan era comprar el maquillaje y luego a la carnicería.
Esa semana la capital larense era zona de guerra. Los disturbios entre estudiantes y efectivos militares habían dejado a un joven herido de bala el día anterior. Una barricada a la altura de la avenida Morán trancó el paso del autobús en el que se trasladaban madre e hija. No había otra forma de llegar que no fuese caminar, pero su andar se cruzó con el de un grupo de manifestantes que corría en sentido contrario. Ellas también corrieron. Huían de una tanqueta de la GNB. Se refugiaron en un edificio, mientras escuchaban disparos, gritos y sentían el olor de los gases lacrimógenos, ahí estuvieron hasta que hubo calma. Sin embargo, al salir igual las detuvieron y las llevaron al destacamento.
Con clima de incertidumbre Venezuela inicia el 2017
Comenzó el calvario. Les llamaron carne fresca, sifrinitas y “diversión”. La fiesta era la tortura. Keyla debió ver como a su hija la halaban por el cabello —mucho antes de cortárselo a ella también— la lanzaban contra el suelo y una “femenina” le abría la cabeza a punta de cascazos.
“La arrastraron por un pasillo”, recuerda. Todas las detenidas sufrieron lo mismo, incluso las rociaron en vinagre, hasta que un oficial de más alto rango les ordenó parar. La tortura física y psicológica se prolongó durante tres horas. Para salir tuvieron que firmar un papel en el que aseguraban que no habían sufrido daños durante la detención.
Estafa disfrazada de franquicia caza a venezolanos en España
Transcurrido el tiempo, Keyla confiesa que después de recuperar la libertad sintió miedo, pero le duró poco y por eso accedió a que su historia estuviera contada en el texto: “Al día siguiente ya estaba dispuesta a todo para vencer la injusticia. Mi hija quedó con mucho miedo a los guardias. Si los ve en la calle se desvía, siente rabia y, a veces, hasta llora”. Cuando eso sucede en Keyla reverbera la impotencia. La denuncia está en la Fiscalía desde el día siguiente a la agresión. Ahí se quedó.
El texto logra visibilizar a la víctima y señalar a victimarios. William Croes Ayala, uno de los periodistas que participó en la redacción de los testimonios, explica que querían dejar un registro físico de las historias de violaciones de los derechos humanos realizados en Lara entre 2013 —con las protestas por los resultados de las elecciones presidenciales en las que se midieron Henrique Capriles y Nicolás Maduro— y 2016 —cuando hubo detenciones arbitrarias por hacer colas a medianoche a las puertas de los supermercados.
Para leer el articulo completo click aquí