Tiene 87 años y se llama Madonna Buder, pero muchos la conocen como “la monja de hierro”. Hermana de la comunidad cristiana, el apodo se lo ganó por ser la mujer de mayor edad en completar un Ironman, la exigente prueba de triatlón que aúna desafío de running, natación y ciclismo. Fue en 2005, en Hawaii, cuando finalizó la carrera una hora antes del tiempo de cierre (17 horas). Allí rubricó la historia que posteriormente iría mejorando progresivamente, pero la gloria empezó a fabricarla mucho tiempo atrás.
Los trayectos que unen al atletismo con la religión comenzaron a trazarse hace más de siete décadas. Residente de la ciudad estadounidense Spokane, Washington, Madonna nació en 1930 en St. Louis. Perteneciente a una familia acaudalada, gozó de una infancia en la que nunca le faltó nada. A medida que fue creciendo y a la manera de comprender el alrededor el alto nivel se volvió algo anodino. Comenzó a interesarse más en el otro que en lo propio. Le gustaba ser solidaria, poder ayudar.
A los 14 años su vida tomaría un camino diferente. Dejó de lado el confort y se encontró con su vocación de servir a Dios. La radical decisión no se trató de un capricho o una rabieta propia de adolescente. Era el modo que eligió para su futuro. Entró al convento a los 23 años y formó parte de las Hermanas del Buen Pastor hasta los 70 años, cuando abandonó la congregación. Toda una vida dedicada a los hábitos religiosos. Y en el medio, la aparición de otras de sus pasiones: el running.
Un sacerdote le recomendó la actividad, señalando los beneficios de correr. Aunque al principio no le seducía mucho la idea, el sí llegó al convencerla que a través del deporte podría estar en contacto con la naturaleza, con lo que Dios había creado. De esta manera, a los 48 años adoptó a la rutina diaria el salir a correr por las mañanas. Tiempo más tarde, quiso ir por más y empezó el turno de las competencias, , con previo pedido de permiso al obispo, porque tal como suele repetirse “si la vida no tiene desafíos, no vale la pena vivirla”.