La gran victoria del chavismo, en las elecciones regionales de este domingo 15 de octubre, no fueron las gobernaciones que, según el CNE, ganaron sus candidatos, sino el demoledor golpe al significado del voto.
Después del inverosímil resultado, nadie en Venezuela cree que el voto tenga la capacidad de castigar a un gobierno que ha reducido amplias capas de la población a alimentarse de la basura y de carne de gato. O, peor, es como si el voto solo sirviera para premiar a quienes han sido señalados de corrupción ¡por los mismos que les pagaron los millonarios sobornos!, para perpetuar en el poder a quienes niegan la entrada de medicinas al país y a quienes han provocado la mayor inflación y desabastecimiento de la historia del país, calamitosa situación, por cierto, que solo Venezuela padece en el continente.
En estos comicios, la oposición pasó de tres gobernaciones a cinco, pero no solo perdió Miranda (unos resultados todavía más intragables que la media nacional), sino que la nueva configuración del poder no se parece en nada al que preveían todas las encuestadoras. La novedad fue la cantidad de irregularidades, que en esta ocasión superaron a las anteriores, ya de por sí inconcebibles en cualquier democracia. No repetiremos aquí la cantidad y variedades de las trampas porque no tendríamos espacio para censar ni la cuarta parte; no hubo, en cualquier caso, elector que no tuviera delante una prueba del flagrante proceder del CNE.
El domingo en la noche vimos perpetrado un fraude masivo. ¿Nos sorprendió? No del todo. Sabíamos de qué es capaz el chavismo para ganar unas elecciones sin tener los votos necesarios, pero pensamos que la postración económica a que han degradado a Venezuela y la observación internacional de que son objeto (además, ya lo dijimos, de los avances aportados por los sondeos) contribuirían a que se verificara en las urnas el cambio que el país anhela y que también recogen las encuestas.
No fue así. Y ahora estamos en el día después. Tenemos que vivir y la vida es así. Tiene altibajos e incluso reveses terribles. Pero, igual que en la vida, si queremos cambiar las circunstancias tenemos que tomar rutas distintas de las que nos llevaron a aquellas. No podemos seguir haciendo lo mismo. Tenemos que cambiar. Y mucho.
La fotografía de Andrés Velásquez, enfrentado a un piquete de uniformados parapetados tras sus escudos, nos da la clave de cómo debe ser ese cambio. Lo primero es que la sociedad debe arrebatarle el balón desinflado en que el régimen convirtió al voto y llenarlo a todo pulmón. Es lo que Velásquez ha hecho en estas horas: se ha enfrentado con un coraje, una persistencia y un compromiso que el país ha visto y respeta. Lo más probable es que Maduro le pase por encima y desconozca la voluntad de los bolivarenses, pero en ello pierde más que Velásquez, a esta hora convertido en modelo de conducta y referencia de liderazgo.
El ejemplo de Velásquez no es solo para la dirigencia opositora sino para toda la ciudadanía. Nos sentimos secuestrados por un grupito violento y desconocedor de la Constitución y las leyesporque eso es exactamente lo que estamos viviendo. Nos sentimos como rehenes porque eso es lo que somos. Y nosotros somos más, muchos más, pero nuestra arma es el voto y el chavismo ha exprimido el voto hasta dejarlo como un limón exangüe. Un reto de semejantes proporciones tiene que ser acometido por la sociedad en su conjunto. Nadie cree, en realidad, que con Maduro el país va a mejorar. Todo va a peor, y eso no lo ignora nadie. No nos queda más que salir del espacio donde nos sentimos cómodos, cualquiera que sea, y arrebatarle a Maduro y su régimen dictatorial el instrumento que nos sacará de la actual tragedia: el voto, libre y democrático, que debemos ejercer con un Consejo Nacional Electoral que nos ofrezca confianza. Tarea de gigantes. Como, por cierto, se ve Andrés Velásquez en esa imagen.